Al estadounidense Andrew Stanton le sobran méritos para formar parte de la gran historia del cine. Además de director y guionista de Bichos, Buscando a Nemo y WALL·E, ha coescrito otras obras maestras de la animación —como las distintas entregas de Toy Story y Monstruos S.A.— y ha supervisado otras cuantas como vicepresidente creativo de Pixar. Tras perder el norte en John Carter —su fallido debut como director y guionista de cine de acción real—, Stanton retorna a su excelencia habitual en Buscando a Dory, continuación de la ya mítica epopeya marina con al que ganó el Oscar 2003 al mejor largometraje animado.
Un año después de que el pez payaso Marlin y la amnésica Dory cruzaran el océano y rescataran a Nemo, el intrépido y lesionado hijo de Marlin, los tres afrontan otro largo viaje, también lleno de peligros y aventuras. La causa es que la divertida Dory se obsesiona con encontrar a sus padres, de los que comienza a tener breves y fragmentarios recuerdos. Así llegarán todos, por diversos caminos, a un Instituto de Vida Marina en Florida, donde conocerán a un pulpo mimético, una torpe tiburón ballena, un beluga depresivo, dos perezosos leones marinos, un pajarraco chiflado, unas nutrias amorosas…
De nuevo los fondos son sencillamente magistrales, y la animación de personajes vuelve a romper barreras, especialmente en el sufrido pulpo Hank, que se convierte en uno de los reyes del filme. Además, esta vez el sabroso cóctel de momentos altamente emotivos —esos conmovedores flash-back a la infancia de Dory— y divertidísimos golpes de humor para todas las edades, se enriquece con secuencias de acción muy espectaculares, especialmente en el apabullante desenlace del filme.
Quizás Buscando a Dory sea más deslavazada que Buscando a Nemo, y aporte menos novedades y sorpresas que las dos magistrales continuaciones de Toy Story. En cualquier caso, los entrañables defectos de sus protagonistas —la aleta enana de Nemo, las pérdidas transitorias de memoria de Dory, las impaciencias de Marlin, el miedo al mar del pulpo Hank…— vuelven a ganarles la simpatía de los espectadores, y refuerzan la calidad de sus virtudes y la hondura de su preciosa visión de la familia, la amistad y la solidaridad. Por eso, no es de extrañar que este largometraje nº 17 de Pixar haya entrado como un huracán en las taquillas de todo el mundo, y haya recaudado más de 186 millones de dólares en su primer fin de semana de exhibición, convirtiéndose así en la mayor apertura de animación de todos los tiempos.
Por cierto, el hilarante cortometraje Piper, de Alan Barillaro, que antecede a Buscando a Dory, muestra el impresionante fotorrealismo que está ensayando Pixar para próximos proyectos, magistralmente desplegado aquí al servicio de un temeroso pollito de ave marina que se enfrenta a pie de playa con su más aterrador enemigo.
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