Es casi imposible contar el argumento de esta serie sin desvelar alguno de los secretos que esconde el Caballero Luna. Más que nada, porque el motor de la historia es que él mismo no sabe quién es. En realidad, no sabe ni siquiera si es uno, o son varios… En tal caso, sus constantes bilocaciones, saltos en el tiempo y conexiones con la mitología egipcia hacen que resulte comprensible su tensión por no ser capaz de conocerse a sí mismo.
Este superhéroe fue creado en 1975 por el escritor Doug Moench y el artista Don Perlin, en un momento en el que Marvel trataba de reinventarse después de los prolíficos años 60. Estos creadores combinaron la complicación psicológica y el sentido de culpa de Batman (el personaje en el que trabajaron durante años como guionistas), con el espíritu de las películas de aventuras de los años 30 que modernizaría con tanto éxito Steven Spielberg en el personaje de Indiana Jones.
La serie juega con el espectador de principio a fin gracias a las desconexiones permanentes entre la imaginación y la vida real del personaje. La ironía de los diálogos y el buen hacer de dos actores tan descomunales como Oscar Isaac y Ethan Hawke, hacen que la atracción se mantenga en pie a la espera de que el viaje cobre significado. Finalmente, el puzle acaba encajando con demasiada dificultad y confusión para el paciente espectador, y con la sensación de que la trama ha engullido los resortes dramáticos que generan empatía hacia un personaje. Una serie que empieza queriendo ser la más creativa y termina siendo más bien la más delirante. En series como Bruja Escarlata y Visión o Legión sucedía algo parecido, pero el divertimento era más inteligente e inteligible.