José, un viejo extrafalario, acude a la financiera que le estafó años atrás y amenaza con pegarse un tiro ante Pedro, un joven empleado, si no recibe cierta cantidad de dinero. Este, tratando de evitar una desgracia irreparable, se hace pasar por rehén del anciano. Ambos inician así una huida hacia adelante, bajo la mirada atenta de los medios de comunicación, y del pueblo llano, que los convierte en héroes. Se está pergeñando la leyenda de «los indomables».
Preocuparse de los demás, resolver injusticias, amar… Todo esto y más es necesario para no ser cadáveres ambulantes; para «saber que estás vivo», dice Marcelo Piñeyro, el director. Lo hace con una estructura narrativa bien trabada, de película de carretera, en la que los grandes temas se engarzan con la naturalidad de la vida misma. Hay sitio para el sentimiento y para el humor, para la amistad y el enamoramiento… Está presente una utopía algo ácrata -muy cercana a la de Adolfo Aristarain de Un lugar en el mundo- en los deseos de libertad de los protagonistas, en su amistad desinteresada, en la solidaridad que encuentran en el camino, en el reparto del dinero que llevan y que no les corresponde… A la vez se denuncia a unos anónimos poderes fácticos -económicos, políticos, mediáticos-, capaces de provocar situaciones límite.
Los dos protagonistas, Héctor Alterio y el desconocido Leonardo Sbaraglia, llenan de encanto y credibilidad a sus personajes. Apoyan su interpretación un variado grupo de actores secundarios. El español Alfredo Mayo da al film una enorme belleza visual en uno de sus mejores trabajos de fotografía.
José María Aresté