La película sigue, en un tono casi documental, la vida de Zain, un chaval de unos once años que malvive con sus padres y hermanos en un barrio de Beirut. Zain vende y roba lo que haga falta para sobrevivir. Su vida se va a torcer el día que sus padres entregan a su hermana para casarla con el casero. Toda su rabia contenida va a empezar a emerger… y ya no parará. En su camino encontrará una compañera de vicisitudes, una madre soltera africana que debe ocultar a su bebé por carecer de papeles.
Nadine Labaki recrea con fuerza el ambiente de los niños de la calle, la pobreza de las familias, la desesperación del presente y del futuro, la inmoralidad de los buscavidas que se aprovechan de los más pobres… hasta el punto que el film asfixia al espectador bajo un alud de miserias e injusticias que tiene a los más pequeños como víctimas.
Dejando claro que la puesta en escena es arrolladora y que los actores no profesionales –el pequeño Zain es un refugiado sirio– consiguen dar un aire documental, la pregunta es: ¿cuál es la finalidad de este film? Es tal el nihilismo al que sucumbe el protagonista, que es inevitable indagar en el nivel ético de la película y sus motivaciones. ¿Busca agitar –o satisfacer– la mala conciencia de los occidentales? Los neorrealistas italianos hicieron un cine que desde la miseria dilataba los corazones, porque la dignidad de los personajes estaba en el centro. Aquí en el centro está la rabia, la impotencia, la injusticia, el resentimiento. Desde luego, no es para todos los estómagos.