En la isla de los Faisanes, sobre las aguas del Bidasoa, más de una vez se intercambiaron princesas de Francia y España a causa de la política matrimonial de épocas pasadas. En este caso se trata del pacto para casar a Mariana Victoria de Borbón con Luis XV de Francia, y Luisa Isabel de Orleans con Luis, príncipe de Asturias.
La novela de Chantal Thomas y esta versión cinematográfica se esfuerzan en recordar que era deber de príncipes y princesas engendrar herederos, único recurso ante la inevitable muerte, y para fortalecer alianzas políticas.
El relato de Marc Dugain es sobrio y pausado. La puesta en escena es académica, el relato avanza lento, pasando alternativamente de una corte a otra, fijándose cada vez en detalles pequeños. No hay grandes tensiones ni un hilo conductor, salvo la espera de herederos en uno y otro reino. El diseño importa tanto como los actores. Pelucas, trajes, salones y mobiliario, todo –también la banda sonora– ha sido cuidado con esmero para producir una impactante sensación de verdad y llevar al público un mensaje revisionista: ser monarca no era fácil ni divertido; las familias reales tenían un gran sentido del deber; príncipes y princesas aceptaban, resignados, unas obligaciones que no habían pedido, y la parte peor les tocaba a las mujeres.
El trabajo de los actores, en particular de la pareja de niños Igor van Dessel (Luis XV) y Juliane Lepoureau (Mariana Victoria) es un poema. Los diálogos son agudos; tan solo es lamentable la ignorancia sobre la corte española, reducida a clichés (la parte francesa es irreprochable). También se podría haber evitado algún comentario de mal gusto sobre prácticas homoeróticas.
La película es interesante, pero no entretenida.