Siberia, 1940. El polaco Janusz ha sido enviado al gulag. Pesa en su alma que ha sido condenado por la falsa delación -obtenida bajo tortura- de su esposa. Y sólo piensa en escapar, tarea casi imposible, pues por sus condiciones climáticas, Siberia entera es una prisión. A pesar de ello, aprovechando una ventisca, emprenderá la huida con otros seis hombres.
Película basada libremente en los recuerdos del polaco Slavomir Rawicz, plasmados en un libro, cuya veracidad ha sido puesta en duda desde 2006, cuando el interesado ya había fallecido. Más allá de esta polémica para especialistas, tenemos una trama de interés humano, convertida en sólido y rico guión por Peter Weir y Keith R. Clarke. Impresiona la descripción del carismático líder del grupo, Janusz, guiado por la bondad, pero también la del desesperanzado americano Mr. Smith, el pastelero dibujante, el sacerdote letón, el buscavidas Valka, etc, o la de la misteriosa polaca Ilena, a la que encuentran en el camino. La información sobre ellos se dosifica, y el conjunto sirve para ofrecer un precioso cuadro sobre la condición humana, sus cualidades y limitaciones, francamente inspirador. Los diálogos están muy bien escritos, y los actores, no más de una decena que tengan alguna importancia, están sobresalientes.
Weir maneja a la perfección las fuerzas de la naturaleza como marco misterioso y vivo donde se desarrollan sus historias: piénsese en Picnic en Hanging Rock, o más recientemente, en Master and Commander. Aquí da otra lección al respecto, en la variedad de elementos naturales bellos pero hostiles: la nieve y las rocas de la montaña, los bosques, el hielo y los mosquitos del lago, el viento, la arena y los espejismos del desierto… Gracias a su talento visual y a su sentido narrativo, el cineasta australiano compone planos y pasajes hermosos, y de alto contenido dramático. Sirvan de botón de muestra el fugado congelado, el paso del lago, o el hallazgo del agua que calma la sed.