Abu Raed, un anciano viudo y rebosante de humanidad, trabaja como empleado de la limpieza en el aeropuerto de Amán, en Jordania. Un día, vaciando un cubo de basura, encuentra una gorra de las que llevan los comandantes de los aviones. Cuando vuelve a su casa con la gorra puesta, Tarek, un chico de su barrio, se empeña en llamarle capitán Abu Raed, y difunde entre sus amigos que acaba de conocer a un auténtico piloto de aviones comerciales. Aunque al principio niega que esa sea su profesión, el entusiasmo de los muchachos le lleva a convertirse en contador de fantasiosas historias acerca de los viajes que habría realizado a lo largo y ancho del mundo, al mando de imponentes aviones. Todos le creen a pies juntillas… excepto Murad, un chico que ha perdido la capacidad de soñar, por los malos tratos que padecen él y su familia de parte del padre.
Interesante película jordana, la primera que ha logrado tener cierta repercusión internacional, con premios como el del público en Sundance. La película nace del empeño de su director, Amin Matalqa, que pasó sus primeros años en Jordania, para formarse luego profesionalmente en Estados Unidos.
Para su debut en el largo, tras dirigir numerosos cortos, ha escrito una historia sencilla y bien trabada, que utiliza elementos de su experiencia personal para ofrecernos la mirada del entrañable Abu Raed, un hombre que habla con su difunta mujer cuando llega a casa, que inventa cuentos para entretener a los chicos y para mitigar cierta pena que ocupa desde hace años su corazón, y que se preocupa de los chavales, ya sea en lo referente a su educación, o del ambiente familiar en que se desenvuelven.
Llama la atención la extraordinaria delicadeza del personaje, que sabe escuchar, y trata de ayudar sin humillar. Está muy bien insertada además la subtrama de Nour, una hermosa comandante de avión a la que su padre está tratando de buscar marido, y que logra una conexión muy especial con Abu Raed. Hay en el film toda una loa al amor por los libros, que en el caso del protagonista le han procurado una educación autodidacta, y que le empujan a preocuparse de Tarek, un chaval muy espabilado que se ausenta de la escuela para ejercer de vendedor ambulante, por indicación paterna.
Se agradece la falta de pretensiones, la narración directa y sin artificios, lo que no significa incapacidad de conmover, sino todo lo contrario. El director pinta unas situaciones y unos personajes convincentes -sobresale la naturalidad de los actores, su interpretación sin aspavientos, empezando por el protagonista, Nadim Sawalha-, fotografía muy bien las diversas escenas, y las envuelve de una sugerente partitura musical compuesta por el desconocido Austin Wintory. Tal vez se precipita un tanto en el último tramo de la película, donde al hablar de generosidad y sacrificio mitiga en parte su innegable regusto amargo.