Tras una grave enfermedad, el argentino nacionalizado brasileño Hector Babenco regresa con Carandiru, dura película que ha tenido gran éxito de público en Brasil. Se basa en la novela Estaçao Carandiru, en la que el médico Drauzio Varella relató sus experiencias reales a principios de los años noventa, cuando desarrolló un programa de prevención del sida en el centro de detención de Carandiru, una mugrienta prisión de São Paulo, construida para mil reclusos, y en la que malvivían casi 8.000. En 1992, una pelea entre bandas dentro de la cárcel culminó con la entrada de la policía a sangre y fuego. El saldo fue de 111 presos muertos.
En esta su octava película, Babenco lleva al extremo su singular tono entre hiperrealista y tragicómico, que ya empleó en El beso de la mujer araña y Jugando en los campos del Señor. Ese discutible cóctel de costumbrismo entrañable y descarnada denuncia social se concreta aquí en una visión positiva de la religiosidad de los presos, pero compatible con una terrible degeneración moral, tanto en materia sexual como en su recurso habitual a las drogas y a la violencia, mostrada siempre con una enorme crudeza verbal y visual, a veces difícil de aguantar. Especialmente irritante resulta su visión de la homosexualidad, que depara secuencias grotescas en su patético permisivismo. Además, casi todas las interpretaciones resultan demasiado histriónicas, tanto en los momentos trágicos como en los pasajes cómicos.
Jerónimo José Martín