Carmina o revienta fue un hallazgo. Un personaje que llenaba 80 minutos de un cine de guerrillas, fresco, inspirado, imperfecto pero sumamente divertido. Carmina era sobre todo Carmina Barrios, la réplica de María León y una serie de situaciones y diálogos geniales. Hubo gente que ni consideró la película. Quizás porque en esta tradicional España las películas, si no duran 100 minutos y no se estrenan en los cines de un centro comercial, no se califican como cine. Allá ellos.
Si la primera Carmina fue un hallazgo, esta segunda ha sido, en gran parte, una decepción. Es verdad que Paco León ha madurado como director, que la calidad de la imagen y el nivel del montaje sube unos cuantos peldaños y que hay escenas mucho más -y mejor- escritas que en la primera. De hecho, Carmina y amén abre y cierra muy bien. Y hay algunos pasajes, como ese viaje de Carmina en moto, sencillamente magistrales. Otros recursos cinematográficos -como el entierro a cámara lenta- deben ser magníficos, pero, en el contexto en el que se utilizan, me resultan pretenciosos.
De todas formas, el problema no es ese. El problema es que esta nueva Carmina ha perdido frescura. Estará mejor rodada pero no mejor contada. La película se ha encorsetado en un género convencional -una comedia dramática- y ha perdido parte de su fuerza. Además, hay un serio problema de metraje. La cinta se va a los 100 minutos de una forma innecesaria y, como relleno, se recurre a unos largos soliloquios, para mi gusto soporíferos, con cero gracia y del peor gusto. En todo ese pasaje, en el que el personaje de Carmina desaparece del mapa aunque a ratos esté presente, la película se me hizo más larga que un día sin pan. Nunca pensé que me aburriría con Carmina. Y, sin embargo, ha sucedido.
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