Marleen Gorris (Holanda, 1948) dirige su octavo largometraje. En 1995 ganó el Oscar a la película extranjera por Antonia, una película con bastantes parecidos a Carolina. Julia Stiles (Ofelia en el excelente Hamlet de Almereyda) es Carolina, una veinteañera californiana, que vive en Los Angeles y trabaja -como productora- en un concurso televisivo rosa que organiza citas a ciegas. Carolina se llama así por el Estado desde el que su bebedor y mujeriego padre puso una postal al momento de nacer ella. Con idéntico mecanismo, sus dos hermanas se llaman Georgia y Maine. Una abuela iconoclasta y sentenciosa (Shirley MacLaine) se encargó de criar a las chicas en un ambiente caracterizado por la libertad de espíritu y el aire bucólico: la hermana de la abuela es una madame talludita que va a comer a la casa familiar acompañada de cuatro fulanas, que entre plato y plato, resuelven dudas a la pequeña Maine que lee El amante de Lady Chatterley. Otros visitantes son gorrones y desocupados, de los que Carolina ha decidido librarse estableciéndose por su cuenta. Carolina no encuentra al hombre adecuado, pero tiene un buen amigo, vecino y confidente, llamado Albert, un negro literario que escribe literatura rosa.
Gorris sabe dirigir y ha contado con un excelente plantel de actores. La película es, inicialmente, divertida y dinámica, pero se dispersa hasta acercarse excesivamente a un híbrido entre la sitcom de strong profanity y la soap opera acid, quizás porque el guión lo firma una de las guionistas de Xena, la princesa guerrera. La conocida militancia feminista-libertaria de Gorris se hace presente en un tono agresivo que incluye varios chistes calculadamente irreverentes. Todo se encamina a vender un variado surtido de mensajes-motos: que cada uno haga lo que le dé la gana; tu cuerpo es tuyo: úsalo antes de que se arrugue; abajo la familia patriarcal; matrimonio no, gracias; la fidelidad es para los feos; el trabajo diario y sencillo, para carcas grises y reaccionarios, los hombres son unos canallas mientras no se demuestre lo contrario…
La moto más llamativa de la escudería Gorris es el toque mágico-ternurista, que propugna la tolerancia beatífica como soporte de una comuna de diseño liderada por el espíritu de Shirley MacLaine.
Alberto Fijo