House of Sand and FogDirector: Vadim Perelman. Guión: Vadim Perelman y Shawn Lawrence Otto. Intérpretes: Jennifer Connelly, Ben Kingsley, Ron Eldard, Frances Fisher, Kim Dickens. 126 min. Adultos.
En esta pequeña y trágica película, los destinos de dos personas confluyen en la lucha por la propiedad de una casa. Su legítima dueña era Kathy Nicolo, cuyo reciente divorcio ha sumido en una profunda depresión, que le ha llevado a descuidar el pago de unos impuestos. El resultado es que le obligan a desalojar su casa. La compra Massoud Amir Behrani, antiguo coronel del ejército del Sha de Persia, casado y con dos hijos, que ha desempeñado en Estados Unidos trabajos muy por debajo de su categoría. Ahora, tras casar a su hija, ansía transformar la casa para venderla a un precio mucho mayor. Pero su sueño está a punto de convertirse en pesadilla.
Director de muchos spots publicitarios, Vadim Perelman acierta con su debut en el largo. No sólo ha acudido a probados profesionales de la fotografía (Roger Deakins) y la música (James Horner), sino que ha escogido adaptar una novela de Andre Dubus de trama sencilla, y que engancha. Consigue plantear bien la situación y definir con precisión a los antagonistas. Ella -magnífica composición de Jennifer Connelly- no tiene adónde ir, es una náufraga existencial, cuya única meta consiste en recuperar su hogar. Él -genial y contenido Ben Kingsley- es un hombre arrogante y seguro de sí mismo. Ella se apoya en un oficial de la policía, también divorciado, en el que encuentra además un refugio sentimental. El coronel, en cambio, utiliza las armas que le ofrece el sistema, pero no deja de tropezarse con los casi inevitables prejuicios que despiertan las personas «diferentes».
La historia, dura, preludia la tragedia: errores fatales, detalles de humanidad no correspondidos… Las escenas de cama parecen hablarnos del «descanso del guerrero» que, tras ese desahogo, vuelve a enfrentarse al agresivo mundo real. De nuevo domina la desesperanza, con un Dios que no responde a lo que se le pide. El film se prestaba a los excesos tremendistas, y aunque el tramo final está algo desatado, hay que reconocer a Perelman su esfuerzo por ser equilibrado.
José María Aresté