Víctor Erice cierra –presumiblemente– su dilatada pero parca carrera con un cuarto largometraje que se puede considerar una obra maestra, o mejor dicho, “otra” obra maestra. Leyendo la sinopsis, cualquiera creerá que se trata únicamente de una intriga en relación con un actor desaparecido durante un rodaje. Pero esa trama argumental no es más que el envoltorio de un tesoro cinematográfico que constituye el testamento estético y moral de un maestro del séptimo arte, testamento que incluye homenajes a su propia filmografía.
El protagonista, Mikel Garay (Manolo Solo), es un director de cine, alter ego de Erice, que dejó su gran película inacabada porque desapareció su actor principal, Julio Arenas (José Coronado), en mitad del rodaje. Mikel se ha convertido en una persona errática, atravesado de melancolía y extranjero en un mundo que ya no significa nada para él. Un buen día es invitado a un programa televisivo, “Casos sin resolver”, que dedica un capítulo a investigar la desaparición de Julio Arenas. Han pasado ya más de veinte años desde que se le dejó de buscar, pero la emisión del programa va a abrir un resquicio de esperanza.
Cerrar los ojos es la Candilejas de Erice, el llanto triste y nostálgico por un mundo desaparecido. Un mundo que es, por un lado, el de las películas en celuloide y salas de cine, el del cine reposado y milagroso, el de Dreyer, como explicita el personaje de Max; pero es también un mundo de valores, de certezas, de sabiduría humana… que también ha periclitado. Por eso la cinta, a través del personaje que interpreta en estado de gracia José Coronado, ofrece una reflexión sobre la identidad. Erice ya no se entiende en un mundo como este, en el que ya no reconoce nada verdaderamente significativo.
Cinematográficamente, la película se abre y se cierra con un milagro de cine dentro del cine. Y los planos finales rompen la cuarta pared para interpelar al espectador: hemos perdido el cine con mayúsculas, y con él, nuestra memoria. Ninguna película de Erice ha tenido tantas referencias trascendentes y religiosas como esta, porque el cineasta se ha dado cuenta de que no solo hemos perdido la memoria, sino también el alma. Imprescindible.