En 1943, Charlotte Gray, una inglesa educada en Francia, se enamora de un piloto. Esto le lleva a enrolarse en el Servicio de Operaciones Clandestinas para poder ir a Francia, oficialmente a ayudar a la Resistencia, privadamente para buscar al amado.
La directora australiana Gilliam Amstrong (Melbourne, 1950) alcanzó su mayor éxito con Mujercitas, una solvente versión de la célebre novela de Louise May Alcott. Ahora, para este melodrama bélico ribeteado de romanticismo ha contado con el tirón de una actriz de moda, su paisana Cate Blanchett, que, por encima de las modas, es una muy buena actriz. Se le regalan tantos primeros planos, que uno llega a sonrojarse por la falta de contención de directora y maquilladoras: tan hiperpintada y empolvada, resulta difícil creer que se trate de una espía que se hace pasar por criada en un pueblo de la Francia ocupada.
Se nota en la factura de la película, desde la elegante y evocadora apertura, que no han faltado medios para rodar a lo grande, con exteriores en Inglaterra y Francia, y el resto en los estudios Pinewood. Uno se arrellana en la butaca, escucha la rasposa voz de Blanchett, contempla la estupenda puesta en escena y se frota las manos: peliculón a la vista. Pues no, qué se le va hacer.
Habría que leer la novela, pero se intuye que el guión adaptado no ha sabido suplir la descripción psicológica que la obra original debe de hacer de la audaz y enamorada Charlotte, y la consecuente justificación de sus actos. La opción de sincopar la historia, haciéndola avanzar a toda máquina, provoca un estropicio en los conflictos, que no se justifican porque faltan temperatura y evolución de los personajes principales (Billy Crudup es el otro). Cuando la película pisa suelo francés, se destapan las carencias de un guión frágil que caricaturiza los personajes masculinos encarnados por Billy Crudup (el comunista idealista y soñador) y Michael Gambon (el ingeniero ex combatiente), padre e hijo enemistados, poco verosímiles, aunque muy fotogénicos.
Alberto Fijo