En 1991, el Nobel portugués José Saramago escribió Ensayo sobre la ceguera, una brutal novela sobre una rápida epidemia que dejaba ciega a toda una población. Con una tesis hobbesiana de fondo y unas descarnadas descripciones, Saramago narra la degradación de unas personas que empiezan por dejar de ver y acaban comportándose como bestias. Una mujer, la única persona que todavía conserva la vista, es testigo de este proceso de podredumbre.
A ciegases una película tan incómoda, brutal e indigesta como la novela; y como ésta, turbadora e interesante. E incluso más interesante, porque Meirelles ha sabido superar el gran escollo formal de la novela -una escritura desordenada, aleatoria, sin sujetos ni puntos- con una propuesta visual arriesgada pero muy eficaz.
El brasileño utiliza un montaje fragmentado con numerosos fundidos a blanco que acercan al espectador a la curiosa ceguera de los protagonistas y los combina con primeros planos oscurísimos en las escenas más degradantes (que, a pesar de todo, son insufribles). La película cuenta además con unas buenas interpretaciones lideradas por una convincente Julianne Moore.
La película no es redonda, y el principal problema viene precisamente de su fuente; Meirelles sigue al dictado la novela de Saramago, una escalada de aberraciones acompañada de un mensaje tan enfático como artificial. Una novela de tesis ha dado lugar a una película de tesis. Y no es sencillo plasmar en imágenes la metáfora de una novela que puede tener tantas lecturas como lectores, pero que el propio escritor ha elaborado como una radical denuncia al egoísmo de una sociedad que utiliza la razón -la vista- para destruir en lugar de construir.
Meirelles logra una cinta apreciable, aunque fría y brutal en su amarga visión del ser humano, que, sin embargo, quiere encontrar una salida en la generosidad y la compasión.