Mike Terry es propietario y único profesor de jiu-jitsu en un pobre gimnasio. Tiene pocos alumnos, la mayoría policías y guardaespaldas, a los que inculca el sentido del honor que le enseñó su maestro. Apenas puede llegar a fin de mes, y su mujer querría que fuera más práctico; pero él se niega a hacer nada que vaya contra su peculiar código ético. La acción es complicada: cuando la película comienza aparecen un policía, una abogada desequilibrada, una estrella de cine de acción y su manager, y un promotor de combates por televisión de pago; y todos conspiran, mediante engaños y traiciones, para que Mike participe en un combate.
Cinturón rojo es de David Mamet (Casa de juegos, Las cosas cambian, El caso Winslow, State & Main), y eso debería dar una idea aproximada de la película, tanto en la forma como en el fondo; tiene todos los elementos de sus mejores filmes, y aunque no alcanza el nivel de sus grandes obras, tiene la fuerza y la calidad suficientes para interesar y entretener al público. ¿Cuáles son esos elementos? Ante todo, un guión ágil, en el que no paran de suceder cosas, en torno a una idea atractiva y profunda. Los diálogos son excelentes. Mamet cuenta además con un soberbio plantel de actores, la mayoría habituales de sus películas, capaces de dar vida y hacer creíble cualquier situación. Dirige muy bien, incluso una obra menor como esta; y tiene un particular estilo para jugar con los engaños y dar la vuelta a la situación más complicada. En el caso de Cinturón rojo cabe destacar la concisión: Mamet maneja con precisión las grandes líneas de la trama y elimina sin piedad todo aquello que considera superfluo; ello exige un particular esfuerzo de atención por parte del espectador.
Cinturón rojo, más que una película de artes marciales, es un drama sobre la felicidad y los valores. Denuncia la ambición y muy en particular la corrupción que hay en el mundo del espectáculo. Mike Terry, brillante Chiwetel Ejiofor, es un personaje quijotesco, dispuesto a enfrentarse solo a un mundo corrupto. Mamet le hace repetir continuamente que “no hay situación sin salida”, y es coherente con esa idea hasta el final, necesariamente feliz.