Director: Tom Shadyac. Guión: Steve Koren, Mark OKeefe y Steve Oedekerk. Intérpretes: Jim Carrey, Morgan Freeman, Jennifer Aniston, Philip Baker Hall. Jóvenes. 101 min.
Bruce. Un presentador televisivo. El campeón de los ególatras. Frívolo y comodón, convive con su novia sin comprometerse. Cuando no consigue el ascenso que creía merecer, eleva su ira al cielo. Trasunto de santo Job venido a menos, culpa a Dios de todas sus desgracias. Si él tuviera su poder, piensa, el mundo iría mucho mejor. Tal presunción tiene una respuesta inesperada. Durante una temporada, Dios va a hacer a Bruce omnipotente: y delega en él todas sus funciones. Aunque, eso sí, no podrá interferir en el libre albedrío de la gente. De la incredulidad inicial, pasa Bruce al caprichoso regocijo de utilizar el poder prestado en su propio beneficio. Hasta que comprende que no tiene ni idea de lo que supone ser Dios.
Tom Shadyac ha dejado atrás la época en que concebía gansadas sin más trascendencia al servicio de Jim Carrey (Ace Ventura, un detective diferente, Mentiroso compulsivo). Combinar la comedia con el drama y explorar el tema de la muerte no acabó de funcionarle en Patch Adams y Dragonfly. Ahora se decanta por una comedia celestial de aire clásico, un poco a lo Frank Capra. Pero los tiempos adelantan que es una barbaridad, y si antaño la humildad (por no decir el sentido común) hacía sencillamente impensable mostrar a Dios en una película (para comunicar sus deseos ya estaban los ángeles, mensajeros celestiales al fin y al cabo, como bien se veía en ¡Qué bello es vivir!, film citado por Shadyac explícitamente), aquí no existe pudor alguno. Dios toma el aspecto de Morgan Freeman, y la opción de mostrarlo como un tipo sabio, nada arrogante, con sentido del humor, no chirría al menos, lo que es de agradecer. En un esfuerzo por contentar a todos (o a nadie, según se mire), se evita mencionar religiones concretas; y se anda con pies de plomo para que nadie tome por irreverencia lo que pretende ser una broma.
Tiene Como Dios un aire de fabulilla, como Atrapado en el tiempo. El esquema, de hecho, es semejante: un completo cafre se ve atrapado en una situación inesperada; al principio le parece genial, para sacar tajada; luego observa que aquello conlleva algunas molestias, como la de atender las oraciones de la gente; finalmente descubre que hay que ocuparse de los demás, con los talentos que uno tiene. Entre medias, un buen puñado de gags, casi siempre elegantes, que funcionan bien en manos de un Jim Carrey en plena vena cómica. Queda, pese a todo, un regusto de insatisfacción. Nadie esperaba un tratado teológico sobre oración, libertad y responsabilidad. Pero hay materia que queda sin explotar. La novia de Bruce (Jennifer Aniston), una chica supuestamente piadosa e influencia benéfica, apenas está esbozada. Y se deja caer que uno de los antojos milagrosos de Bruce (acercar un poco la luna, para preparar una velada romántica) tiene efectos catastróficos en otro lugar del planeta, quizá con centenares de muertos. Pero al protagonista aquella noticia no le afecta, no parece darse ni cuenta de lo ocurrido. Le falta a Shadyac la capacidad de redondear un film que se queda en entretenido.
José María Aresté