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Director: Robert Zemeckis. Guión: James V. Hart y Michael Goldenbergsobre. Intérpretes: Jodie Foster, Matthew McCounaghey, Tom Skerrit, John Hurt, David Morse, James Woods, Angela Bassett. 150 min. Jóvenes-adultos.

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El divulgador científico Carl Sagan, creador de la serie documental Cosmos, que daba una visión materialista del mundo, se hizo célebre por la presentación del programa: «soy un conjunto de moléculas llamado Carl Sagan». Su única novela, llevada ahora a la pantalla, presenta a un personaje, la Dra. Ellie Arroway, que es su alter ego. También ella tiene una confianza absoluta en la ciencia. Conviene recordar que Sagan grabó el mensaje que la sonda espacial Voyager lleva a bordo en previsión de que, en su viaje estelar, encuentre algún día extraterrestres.

Ellie no conoció a su madre, y perdió a edad temprana a su padre. Radioaficionada desde niña, ansiaba escuchar mensajes de lugares lejanos; pero nunca obtuvo respuesta de sus padres muertos. El hobby le lleva de adulta a la radioastronomía y al programa SETI, que busca vida inteligente fuera de la Tierra. A punto de quedarse sin financiación, llega la señal que ha esperado toda su vida, y que conmociona al planeta entero: un mensaje que dice haber captado la primera señal por satélite de la historia -irónicamente, unas imágenes de Adolf Hitler-, y que da instrucciones para el viaje espacial de una sola persona.

La película tarda en arrancar. La demora en presentar los personajes pesa demasiado. En cuanto se detecta la señal procedente de la estrella Vega -una secuencia muy bien diseñada, plena de dinamismo-, la historia cobra el ritmo que exigía. El muy competente Robert Zemeckis (Regreso al futuro, Forrest Gump) lleva bien las riendas del film, entretiene y, aunque sin grandes planteamientos, hace pensar un poco. Una vez más maneja muy bien los efectos especiales, de buscada finalidad realista; algunos ni siquiera los percibe el público no avisado. Más visibles son los de la parte final, homenaje a 2001, una odisea del espacio, de Stanley Kubrick.

En el debate entre fe y ciencia que propone el film, Zemeckis y sus guionistas procuran mantenerse en un terreno de calculada ambigüedad: el espectador debe sacar sus propias conclusiones. Como hay que ser políticamente correcto -la película se encarga de recordar que más del 90% de los habitantes de la Tierra creen en Dios-, se da a la protagonista el contrapunto, ideológico además de sentimental, de un poco creíble gurú a lo New Age, asesor religioso del presidente Bill Clinton. El guión sabe exponer con cierta habilidad las paradojas de la posición materialista de la doctora -fe en los extraterrestres y no en Dios-; pero no el atractivo de la trascendencia, y sí en cambio los excesos del fanatismo religioso.

José María Aresté

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