Bruno y Lucia Lombardi viven en Brescia; Bruno es propietario y director de una fábrica; tienen un hijo de diez años, Sandro, que disfruta de una normal y acomodada existencia. Un día Sandro ve a un africano intentando realizar una llamada telefónica; el chico le indica que el teléfono no funciona y aquel hombre parece volverse loco. Sandro queda impresionado y hace algún intento de descubrir qué le decía aquel hombre. Poco después de ese incidente parte en un yate, con su padre y su padrino, de crucero por el Egeo; una noche Sandro cae por la borda sin que nadie se dé cuenta. Cuando está a punto de ahogarse es recogido en una mísera embarcación que lleva un cargamento de inmigrantes sin papeles hacia Italia. Durante el largo y duro viaje, Sandro madurará interiormente y se hará amigo de los hermanos Radu y Alina, rumanos.
Marco Tullio Giordana, que trazó un vigoroso fresco de la Italia contemporánea en La mejor juventud, se atreve ahora a abordar un tema tan peliagudo como el de la inmigración ilegal. No pretende realizar un análisis sociopolítico, ni hablar de responsabilidades al más alto nivel. Simplemente muestra una situación intolerable, frente a la que hace falta tomar conciencia de la responsabilidad personal. Para ello, como en su anterior filme, cuenta la historia de una familia y, a través de ella, lleva al espectador al mundo que le interesa.
La cinta está dividida en dos partes. La primera presenta a la familia Lombardi; la segunda muestra el mundo miserable en el que se mueven los refugiados ilegales. Esta segunda mitad tiene como hilo conductor la maduración de Sandro, auténtico héroe que hace un viaje iniciático en el que está a punto de perder la vida, y su amistad con Radu y Alina, extraordinaria pareja de una increíble ambigüedad moral. Esta parte tiene unos momentos maravillosos, de la mano del director de fotografía, por ejemplo, al mostrar el despertar de Sandro en una cubierta abarrotada de inmigrantes de distintos orígenes; al retratar los silencios de Alina que reflejan un alma torturada; al mostrar el dolor de Bruno cuando pierde a su hijo…; y un momento menos acertado, por su didactismo, al mostrar la vida en el campo de refugiados, pero luego se rehace en un final extraordinario, crudo pero muy honrado.
Película notable, bellamente fotografiada, con un tempo exquisito, que sabe abordar buen número de temas con toda seriedad.