Es evidente la soltura narrativa de esta comedia, su chispeante planteamiento, el firme pulso con que se mantiene; no en vano Mike Newell ha ejercitado su oficio en variadas películas (Bailar con un extraño, The Good Father, Un abril encantado). Lo que no es al principio evidente, sino ambiguo, es la intención: ¿crítica del matrimonio o crítica de la inmadurez y frivolidad ante el compromiso matrimonial? Luego se ve que las dos cosas.
Escrita por Richard Curtis, parece una novela de cinco capítulos: presenta a un grupo de amigos y amigas a los que reúnen las bodas de diversos conocidos; bodas celebradas según diversos ritos religiosos y mostradas siempre con la ligereza de la burla. Bodas entre un hombre y una mujer, pero que -como muestra la breve interrupción de un funeral- también se consideran tales entre un hombre y otro. Terminan las historias con una afirmación de la pareja -¿estable?- sin boda ni matrimonio.
Un magnífico elenco de actores británicos -no era necesario contratar a la MacDowell- colabora en ese difícil arte de hacer comedia y que parezca fácil. Música, vestuario, interiores, paisajes… todo es espléndido. Y el guión lo es. Y son graciosos los diálogos y las situaciones, salvo algunas concesiones a la inmoralidad sexual, que, al ser serias, rompen la armonía y el tono ligero de comedia.
Junto a todo eso, un mínimo de sensibilidad ética, por así decir, hace que se sobrepongan el disgusto y el rechazo a la risa y a la diversión, debido a esa constante burla, que parece tener finalidad apologética: desacreditar la institución del matrimonio en su raíz, sustituyéndola por el afán egoísta e irresponsable del goce, sea heterosexual u homosexual.