Un grupo variopinto de personas se encuentra prisionero, sin saber por qué, en una gran retícula de cubos. ¿Son conejillos de indias de un régimen militar que experimenta un nuevo sistema de tortura? Quién sabe. Cada cubo de la red tiene seis caras; cada cara, una puerta, que comunica con el cubo adyacente. Sin comida ni bebida, los presos buscan desesperadamente la salida del laberinto, plagado de mortíferas trampas, dispuestas según un ingenioso algoritmo matemático.
Originalísima muestra de ciencia ficción, premiada con todo merecimiento en el Festival de Sitges. La película no es un mero título de acción y suspense -aunque hay acción y suspense de los buenos, y puede uno quedarse sólo en ellos-, sino que deviene en símbolo del hombre que busca sentido a su existencia. Ese escenario geométrico y casi desnudo, donde acechan los peligros y se hace difícil la confianza mutua, ¿no es acaso la vida misma? Al menos, la vida misma vista por el canadiense Vincenzo Natali, algo pesimista al mostrar el lado oscuro del ser humano (miserias, miedos, traiciones); menos hincapié hace en otros rasgos generosos, aunque estén también presentes. Además de ofrecer su inquietante parábola, el director ha sabido estructurar el film para que no decaiga. Cada personaje tiene interés (el policía, el experto en fugas, la doctora, una chica prodigio de las matemáticas, un retrasado mental), y todos ofrecen sorpresas.
Destaca el diseño artístico del film: bello, sencillo, eficaz. No parece que Natali haya podido permitirse excesos presupuestarios, pero sabe dar juego a los decorados, una y otra vez los mismos, pero presentados de modos distintos en luz y encuadre.Los efectos especiales cumplen su función, aunque alguna vez propicien excesos sanguinolentos.
José María Aresté