Director y guionista: Eric Rohmer. Intérpretes: Béatrice Romand, Marie Rivière, Alexia Portal, Alain Libolt. 110 min. Adultos.
No es normal que, ante una obra artística por hacer, se mantenga en el autor, durante mucho tiempo, el élan creativo. Pues en el caso de Eric Rohmer han transcurrido diez años desde el primer cuento de las Cuatro Estaciones, y los cuatro mantienen entre sí una fuerte unidad de estilo: poética naturalidad, verdad artística que apunta lo inefable, lo misterioso del alma humana, que con tanto respeto y hondura ha sabido tratar. Y ha hecho siempre su cine con una singular amalgama, sólo suya, de palabra e imagen: la imagen es en su cine el lugar donde las personas hablan; el lugar o paisaje (tan bien elegido) es imagen de la persona, y el diálogo lo es de su alma.
A la vista de estas consideraciones comprenderá el lector que el cine de Rohmer no es para quien elude el esfuerzo ante el arte fílmico: indagar con la pretensión de desentrañar el alma humana supone esfuerzo; pero esa actividad co-artística premia al espectador con un gran enriquecimiento interior. Rohmer habla de una manera muy clara, lentamente, vocalizando; de modo que se diría estar contemplando un vídeo familiar, pero magistral, ya de un clásico. Así que permite seguir, como viviéndolas a su mismo ritmo, las peripecias cotidianas de sus tan cercanos personajes. No parece cine de tanto como es.
Hoy. Es otoño. Suave y amable como su luz, con un punto de melancolía. Las vidas de sus dos heroínas -amigas de toda la vida- están ya maduras. Isabelle está bien casada, tiene una tienda, estos días se le casa la hija. Magali es viuda, viñadora, e inusualmente culta; tiene un hijo con novia, Rosine, a la que quiere como a una hija, y es muy entrañablemente correspondida; pero Magali siente la soledad, necesitaría un marido. Llegados aquí, comprendemos y seguimos con ellas las estratagemas de Isabelle y de Rosine por conseguir un marido a la viñadora. El plan de Rosine: en la fiesta y baile de boda le presenta a un antiguo profesor… El plan de Isabelle: un anuncio por palabras en el periódico; apareció el hombre, y es invitado a la fiesta y baile de boda… En Rohmer no cabe una comedia de rapidez chispeante, fugaz, con esa fulgurante brillantez que anula o ciega la realidad. Este Cuento de otoño, si es comedia, es un trozo de vida.
Espectador intenso de Francia y de su época, la trae, la lleva a la pantalla con todo su encanto perenne y su valor y, así, también con sus manchas. No es éste uno de sus Cuentos morales, pero su magia hace que, aun sin palabras, en el sucederse de los acontecimientos quede en el espectador la sensación de moral disgusto ante lo moralmente inaceptable.
Rohmer necesita actores, mejor, actrices creativas de su propio papel: ése es uno de sus secretos: las actrices (Marie Rivière y Beatrice Romand, ya presentes en otros de sus films, y la joven Alexia Portal) componen libremente sus personajes. En este Cuento de otoño hay, sin embargo, un consistente personaje masculino, interpretado con enorme autenticidad por Alain Libolt; los demás hombres suelen ser sólo apoyatura para que la mujer luzca más. Dice Rohmer, refiriéndose a sus actores, que necesita amigos; así, sus obras son fruto de un quehacer de amor de amigos, creativo, bien que Rohmer da a los actores un sólido pie: Premio al mejor guión en el Festival de Venecia de 1998.
Pedro Antonio Urbina