Director y guionista: Eric Rohmer. Intérpretes: Melvil Pupaud, Amanda Langlet, Aurélia Nolin. 113 min.
Tercer cuento de la serie de las cuatro estaciones (queda por realizar el de otoño), presentado en la sección «Un certain regard» del reciente Festival de Cannes. A sus 75 años, Eric Rohmer sabe mirar a la juventud y hablar de ella con riqueza y encanto, con limpia frescura, con la inmarcesible actualidad que es propia de los clásicos.
Gaspard, un joven universitario, matemático y aficionado a componer canciones para guitarra, llega solo y desorientado al vacío chalet de un amigo al borde de una playa de Bretaña. Día a día, aparecerán en la pantalla las hojas del calendario. Así compone Rohmer los más o menos breves encuentros, las pausadas secuencias, en las que los diálogos muestran no sólo que una palabra adecuada vale más que mil imágenes, sino que éstas se aúnan a lo que siempre, y también en el cine, es sustancia: el verbo; de modo que las imágenes en Rohmer son también palabras.
Gaspard conoce a Margot. Es estudiante de etnología e investiga en la Bretaña los orígenes de ciertas canciones de la mar. Irán juntos a algunas de estas pesquisas etnológicas. Gaspard dice estar esperando a Léna, ¿su novia? La hija del filibustero, la canción que Gaspard asegura haber compuesto, será también un hilo conductor y tramposo en los encuentros con Soléne, famosa chula de playa, con quien se compromete a ir a Quessant, pues Léna no llega… Y al fin llega, histérica y confundidora. Entre Margot la etnóloga y Soléne la voluptuosa, y la voluble Léna, Gaspard se sumirá en una desorientada perplejidad, que él mismo ha provocado en parte con sus poses de ambiguo desinterés, con su cautelosa inconstancia, con su ingenuidad, ante la más compleja actitud femenina.
Un juego de amores de verano, central, posesivo, abarcado por el mar y la luz; una batalla de sentimientos y despechos pasajeros, de diálogos, frases, que dicen y contradicen, que engañan y descubren… entre veredas por los acantilados, paseos por la arena, discotecas, cenas, barcas…
Una fascinante y amable recreación de algo permanente: ese peculiar descubrimiento de lo complicado del amor de juventud. En fin, una recreación, que Rohmer lleva a cabo con inusual naturalidad interpretativa, unos diálogos a la vez estudiadísimos y espontáneos, y una luminosidad de tempo vital realista y poético, que hace de la película una obra maestra en su sencillez.
Pedro Antonio Urbina