Algo ha salido mal en lo que debía ser la simple detención de un traficante de drogas, y cuatro agentes han muerto. La policía de Nueva York está en tensión, y en especial la familia Tierney, cuyos miembros, todos, pertenecen a la policía: el jefe de detectives de Manhattan, encarnado por Jon Voight; sus dos hijos Ray y Francis, y su yerno Jimmy Egan. El desarrollo de la investigación sacará a la luz asuntos de corrupción policial, enfrentará a los miembros de la familia y obligará a escoger lealtades.
Cuestión de honor tiene un problema: cuenta una historia que hemos visto muchas veces, hasta el punto de que parece que se inspira en filmes de policías, y no en historias de la policía. Todo en ella es tópico: los traficantes, los policías corruptos, los grupos étnicos de la calle, hasta el enfrentamiento familiar, generacional y fraternal. Pero tiene a su favor la presencia de dos actores impresionantes y menos valorados de lo que merecen. Son Jon Voight, impresionante en su papel de viejo patriarca policial, y Edward Norton, uno de los actores más sutiles de Hollywood, que se apodera de la pantalla sin tener que mover una ceja. Con ellos los tópicos no lo parecen tanto, se aceptan las deficiencias del guión: a veces estridente, a veces confuso, siempre mal hablado; se acepta el curioso climax final, y hasta se puede salir con buen sabor de boca.