Intérpretes: Le Van Loc, Tony Leung-Chiu Wai.
De obligado recuerdo es la obra anterior de este director, El olor de la papaya verde, relato familiar e intimista del Vietnam de los años 50. Cyclo es intimista también, profundamente. Frente a tantas películas actuales que hacen de la violencia un espectáculo atractivo, este director muestra, y sin casi palabras de diálogo, sino con verdadero lenguaje de cine, el infierno interior de los violentos.
El título, Cyclo, se refiere al ciclo-taxi con que el adolescente protagonista, huérfano, trabaja para malvivir, con dos hermanas y el abuelo. La parte mísera de la ciudad de Ho Chi Minh se muestra como un desvencijado y sucio barco a la deriva, que se hunde…, y las personas, ratas enloquecidas, pugnan por sobrevivir.
Se cuida muy bien el guionista-director de caer en la superficialidad de decir que la sociedad es la culpable de la violencia, sin más: sería lo mismo que decir que nadie es responsable.
Un jefe de banda criminal, el poeta, y la madam del clan fomentan el crimen. Al joven cyclo le roban su herramienta de trabajo; entra en esa banda de modo consciente, aunque las circunstancias le empujan; su hermana mayor, entra también a formar parte, voluntariamente, de las prostitutas de ese mismo grupo.
Estos personajes muestran, de diversas maneras -en su tristeza, en no poder soportar la propia indignidad-, la presencia activa del mal elegido libremente. La violencia exterior es terrible y cruel en esta película; pero lo que da hondura a la mirada de Tran Anh Hung es que ha visto el poder autodestructor del odio, de la desesperación.
Quizá la obra en su conjunto abigarrado no sea del todo perfecta, aun siendo grande; alguna reiteración o acumulación de efectos, algún declive, algo suelto… Pero lo conseguido es singular y no sorprende que haya ganado el León de Oro en el Festival de Venecia 1995.
Es una película muy realista: habla la inmediatez material y se hace presente la realidad espiritual, con el creativo uso de la luz y el color, con el enfoque con que se hace entrar un objeto o un gesto en la historia. Y entra, con toda su fuerza, la inocencia, junto a la corrupción; y la esperanza, coherente, de una regeneración, no como final feliz cómodo, sino como purificación costosa. Me parece que sí, que el auténtico cine es poesía pura.
Pedro Antonio Urbina