Londres, hacia 1950. Hester es una joven insatisfecha de su matrimonio con William, un venerable juez de más edad dominado por su madre. La vida conyugal le parece insulsa y cree encontrar el amor en Freddie, piloto en la pasada guerra.
Voces distantes (1988) y El largo día se acaba (1992) labraron el prestigio del británico Davies: títulos anclados en la nostalgia de la infancia y de fotografía bellísima, con guiones originales propios. Aquí adapta una obra del dramaturgo Terence Rattigan, que ha inspirado otras películas afortunadas: Mesas separadas, La versión Browning y El caso Winslow.
Davies sabe montar bien el entramado dramático de la historia. Entendemos las razones y frustraciones de Hester, su deseo de algo más; nos conmueven los esfuerzos de William por recuperar a su esposa; y hay algo de estremecedor en el suspicaz y frívolo Freddie, que no puede evitar ser como es. Siguiendo a Rattigan, se indaga en las dificultades del amor, palabra tan manoseada. En cierto momento, Hester, cuya vida vacía y desgarrada le invita al suicidio, recibe una breve clase de amor verdadero, real, palpable, cuando la casera le explica que “amor es cambiar las sábanas a alguien que se ha orinado” en alusión a su esposo ya senil.
La fotografía quemada de Florian Hoffmeister va en la línea de los títulos tempranos de Davies, jugando con el claroscuro. Se nos regalan hermosos planos secuencia, un preciosismo a veces poco justificado argumentalmente, también en las escenas de sexo. Gran reparto, destaca Simon Russell Beale como el esposo traicionado, un personaje no dado al lucimiento.