Ariel Perelman es un joven abogado bonaerense, callado, tímido y aburrido, que representa a clientes que están ausentes. A pesar de su inseguridades, se ha casado con una chica guapa y cariñosa, Sandra, que se gana la vida impartiendo cursos de mantenimiento físico basados en la técnica Pilates. Cuando el primer hijo de ambos ronda los tres años, Ariel sufre una crisis vital, pues no acaba de verse como padre, y además el suyo propio, abogado como él, comienza a ponerse más cariñoso que de costumbre y le propone trabajar en su bufete.
El argentino Daniel Burman, de origen judío polaco, confirma las cualidades como guionista y director que ya mostró en filmes como Esperando al Mesías o El abrazo partido. Por un lado, desarrolla una divertida trama tragicómica, con un argumento ínfimo, pero que encarna a la perfección la perplejidad de tantos treintañeros ante el trabajo, la injusticia social, la fidelidad conyugal, la educación de los hijos y las relaciones con unos padres ya al borde de la ancianidad. Y articula todo esto en una puesta en escena sencilla, que se pone al servicio del lucimiento de los actores, todos dirigidos con una gran sobriedad, de sorprendente eficacia cómica y dramática. De todas formas, esta vez le falta a su propuesta algo más de fluidez narrativa -a veces se enroca demasiado en una situación- y le sobra una cierta intelectualización de sus conflictos dramáticos, concretada en un exceso de voz en off y en algunos diálogos demasiado discursivos.
En todo caso, es una película notable y con una positiva visión de la familia, optimista y realista a la vez.