Una joya más en la preciosa filmografía de Hirokazu Koreeda, que atrapa la naturaleza humana con delicadeza y conocimiento creciente: parece que los años le hacen aún más sabio. Aquí ofrece una saga familiar protagonizada por un matrimonio roto con un hijo de diez años. El padre divorciado, escritor venido a menos, ejerce de detective privado en casos de infidelidad. Querría recuperar a su mujer, y trama que los tres acaben en casa de su madre, y pasen la noche juntos por la tormenta que se avecina.
Koreeda teje la trama como si no le supusiera esfuerzo, y los personajes, a pesar de sus debilidades, se hacen querer, porque su lado bueno pugna siempre con la inclinación egoísta. Esa lucha, donde hay victorias y derrotas, es la vida misma. Sorprende el equilibro, el dibujo atinado de cada uno y las razones que les mueven.
Un director hollywoodiense, en el peor sentido del adjetivo, habría cargado de efectismo la noche tormentosa, un aguacero tremendo, con padre e hijo en el parque infantil, y la madre saliendo a buscarles bajo la lluvia. Koreeda sabe imprimir emoción a este pasaje, como a todo lo demás, sin artificios ni trucos baratos, sencillamente dando las indicaciones precisas a sus estupendos actores, y dejando que sean ellos y la historia los que conmuevan. “Después de la tormenta, viene la calma”, asegura el dicho, y la tormenta adquiere entonces un preciso sentido simbólico, de cómo las relaciones familiares pueden y deben atemperarse, pese a las dificultades.