Jim Carrey encarna a Carl Allen, gris empleado de banca, amargado por el abandono de su mujer, incapaz superar su divorcio. Un día asiste a un seminario de autoayuda -bastante absurdo por cierto-, en el que se le invita a decir “sí” a las propuestas y oportunidades que surjan. Él lo toma al pie de la letra y se obliga a decir que sí a todo, y ese disparate tiene consecuencias imprevistas. Su vida cambia para mejor, deja de ser triste y convencional, y se convierte en un hombre alegre, capaz de tener amigos y de hacer algo por los demás, de superar su trauma y de volver a enamorarse.
Peyton Reed, que había realizado un par de comedias con mejor intención que fortuna (Separados y A por todas / Bring it On), nos sorprende con una película brillante, de corte clásico, construida a base de humor y de amistad, con situaciones auténticamente graciosas y una pizca de fantasía. El esquema clásico, basado en el inteligente libro del británico Danny Wallace, muestra a un hombre absurdo obligado a decir que sí contra sus principios y sus instintos, obligado a ser espectador del resultado, antes de convertirse en protagonista de su vida.
Reed demuestra no sólo dominar el género de la comedia, sino también un extraordinario acierto a la hora de elegir y dirigir a sus actores. La pareja Jim Carrey-Zooey Deschanel funciona maravillosamente. Ella es una actriz que tiene auténtico encanto, sin necesidad de actuar, y Carrey, por una vez contenido, da sus mejores registros como actor dramático. El veterano Terence Stamp es un gigante, y los actores secundarios son magníficos, no meros comparsas.
La película, en algún momento atrevida, con algún bajón y algún chiste grosero, es casi familiar y de fondo capriano; invita a hacer un esfuerzo por ser feliz, y a pensar en los demás; y deja buen sabor de boca.