Los duros años de la Depresión. La bella Grace (Nicole Kidman) llega a Dogville con los gangsters pisándole los talones. El pequeño pueblo en las Montañas Rocosas acepta recibirla. Pero la casi unánime actitud caritativa y desinteresada -que Grace agradece trabajando para las familias del pequeño villorrio- se va enturbiando cuando algunos exigen una compensación por el riesgo de esconderla de los forajidos.
Es frecuente afirmar que los grandes directores suelen contar la misma historia sirviéndose de diversos argumentos. Desde luego, el danés Von Trier está muy interesado en un triángulo moral formado por la caridad, el pecado y la redención. Bajo la influencia de Dreyer y Bergman, Von Trier baja una y otra vez sobre la tragedia humana utilizando unas herramientas estéticas de audaz y asombrosa belleza, aunque hay que reconocer que su tremendismo efectista (muy shakespeareano) resulta excesivo.
Muchos verán en sus películas una discutible -por radical- opción por tensar al máximo la cuerda que sostiene los conflictos humanos planteados; pero, a la vez, parece claro que Von Trier se aventura por un territorio moral del que muchos otros cineastas y espectadores huyen como de la peste. Con evidentes paralelismos con piezas clave del imaginario norteamericano, como Las uvas de la ira y La ruta del tabaco, de Ford, o Bola de fuego, de Hawks, Dogville es una película terrible y desoladora en la que Von Trier retoma el sendero de Bailar en la oscuridad y Rompiendo las olas, un ir y venir sobre la libertad y la responsabilidad humanas, con un duro retrato de los devastadores efectos de la concupiscencia. También se multiplican las alusiones y metáforas sobre la verdadera y la falsa religiosidad. Quizás, lo que más se echa en falta en esta parábola es la acción de la gracia, pieza clave en el sistema moral cristiano, y que el cineasta danés evoca a la vez que desnaturaliza, seguramente sin advertirlo.
El director de Europa ha tenido la inteligencia de poner en escena esta pastoral norteamericana con un fascinante sentido teatral, disponiendo la acción en nueve capítulos, un prólogo y un epílogo. Este intensísimo drama sobre la venganza y la degeneración de los que usan su poder contra los otros bebe de la dramaturgia de Thornton Wilder (Our Town) y Bertolt Brecht (Ópera de perra gorda). El sorprendente decorado que reúne las portentosas interpretaciones contribuye a que no se disperse la atención del espectador, que saldrá de la película magullado y a la vez, quizás, maravillado por el despliegue de sabiduría fílmica de un enorme cineasta, cuya formación religiosa no va a la par con su arrollador impulso creativo. Dice Von Trier que quiere hacer pensar y sacar al público de la anestesia del cine comercial: a fe mía que, a pesar de sus excesos, lo consigue.
Alberto Fijo