El actor y director japonés Takeshi Kitano ha alcanzado en los últimos años un notable prestigio internacional gracias a sus angustiosas recreaciones de la violencia actual en películas como Sonatine, Hana-Bi (Flores de fuego) o Brother. Sin embargo, ya en El verano de Kikujiro mostró una extraña capacidad poética y contemplativa, que ahora eleva a niveles insospechados en Dolls, una originalísima indagación sobre el amor y el sufrimiento.
El guión entrecruza tres trágicas historias de amor en un entorno contemporáneo, de acuerdo con el tempo lento, el desarrollo fragmentado y el sobrio estilo interpretativo característicos del bunraku, el tradicional teatro japonés de títeres. La historia central relata la dramática relación entre un chico y una chica conocidos como los mendigos atados, pues vagan siempre unidos por una cuerda. Este precioso romance durante las cuatro estaciones del año se mezcla con la tragedia de un jefe yakuza, enfermo y siempre amenazado de muerte, que intenta recuperar su inocente amor de juventud. Finalmente se relata también el sacrificio extremo de un fan apasionado para poder acercarse a una famosa cantante de pop, que se esconde del mundo después de un accidente de coche.
Ciertamente, el ritmo parsimonioso de la película, sus constantes saltos en el tiempo, su radical opción interpretativa y el hermetismo simbólico de algunas de sus reflexiones convierten a Dolls en un producto difícil, sólo disfrutable por paladares selectos. Sin embargo, cuando el espectador se introduce por fin en este onírico universo de turbadores colores y silencios escalofriantes, la experiencia estética y emocional que vive es muy intensa, también porque Kitano afronta con valentía el sentido del sufrimiento y los perfiles del amor auténtico, luminosos y dolientes a la vez. De este modo, las frías interpretaciones acaban arrancando lágrimas como puños, rápidamente enjugadas por la balsámica y cautivadora banda sonora de Joe Hisiashi.
Jerónimo José Martín