El agente Ludlow es un veterano policía que no ha superado la trágica muerte de su esposa. A pesar de la violencia de sus métodos y de su alcoholismo, es protegido y alentado por su jefe de unidad, un ambicioso comisario que confía en él para resolver los problemas con los que nadie se atreve. El brutal asesinato de un compañero pondrá a Ludlow en el punto de mira del departamento de asuntos internos.
El cine sobre policías corruptos está tan visto que es difícil aportar nada nuevo, y esta historia, basada en un relato de James Ellroy (L.A. Confidential, La Dalia Negra), no es una excepción. El arranque de la película es entretenido y dinámico, aunque la verdad es que puestos a ver historias de polis salvajes y heterodoxos, el agente McClane (La jungla 4.0.) sea mucho más ameno y sugestivo. A medida que avanza la trama, y se mete por los muy transitados vericuetos de la corrupción policial, se añoran los clásicos del cine negro y sus personajes en tres dimensiones, porque los policías de Dueños de la calle parecen recortables. La película está bien realizada, a pesar de su aparatosa y excesiva violencia, marca de la casa del director David Ayer (Harsh Times), antes guionista de títulos como Training Day, S.W.A.T., The Fast and the Furious y U-571. Ayer mantiene el ritmo y cuenta con un buen reparto en el que destaca Forest Whitaker en un papel al que parece haberse acostumbrado.