En 1940, el avance alemán resultó imparable, y el ejército británico tuvo que replegarse en las playas de Dunkerque. Más de 300.000 hombres fueron rescatados gracias a la colaboración ciudadana: miles de pequeñas embarcaciones, tripuladas por viejos o muy jóvenes, cruzaron el Canal de la Mancha para regresar cargadas de soldados.
Dunkerque es un enigma y un símbolo. Por una parte, nunca se sabrá por qué los alemanes dejaron escapar a los británicos. Por otra, el rescate realizado por los civiles fue una gesta digna de ser cantada, y es lo que hace Christopher Nolan: un poema épico para mayor gloria de los no combatientes que dan un paso al frente por sentido del deber.
Dunkerque es una película de gran claridad expositiva, en la que Nolan aprovecha para mostrar angustia, miedo, heroísmo y cobardía. La estructura narrativa es atrevida: el montaje en paralelo de escenas simultáneas es llevado a límites insospechados: hay segundos que duran muchos minutos, días y noches que se alargan o acortan según necesidad.
Hay un brillante elenco de actores británicos, y ninguno acapara la pantalla. Nolan solo se detiene en alguno, de vez en cuando, cuando su peculiar aventura simboliza algún tema que quiera destacar. Pero convierte a Mark Rylance, en su papel de británico común que se hace a la mar por sentido del deber, en el rey de la pantalla: su papel recuerda a los héroes de Nolan en El caballero oscuro.
Finalmente hay que destacar la impresionante banda sonora de Hans Zimmer: es parte importante de la película, no un bello adorno, sino un poema descriptivo de primer orden.
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