Una joven española se convierte en modelo y musa de un anciano y desesperanzado escultor en la Francia ocupada de 1943. Con esta anécdota, Fernando Trueba reflexiona sobre el sentido del arte y la necesidad de la contemplación.
El resultado es una cinta de gran belleza que –por el tono, por el ritmo y por el tema– disfrutarán especialmente los artistas. El argumento es mínimo, y este es el principal reproche que se le puede hacer a un film que, fuera de un circuito minoritario, tiene el riesgo de ser malentendido. El discurso también es escaso pero el envoltorio visual es una pequeña joya. Trueba cuida cada fotograma como si fuera un cuadro. La soberbia fotografía en blanco y negro y los estudiados encuadres, unido a una escasez casi total …
Contenido para suscriptores
Suscríbete a Aceprensa o inicia sesión para continuar leyendo el artículo.
Léelo accediendo durante 15 días gratis a Aceprensa.