Adaptación de una novela de Antonio Skármeta -de quien también se llevó al cine El cartero (y Pablo Neruda)-, se sitúa en el recién estrenado Chile democrático post Pinochet. Nicolás se beneficia de una amnistía que afecta a presos sin delitos de sangre. Ladrón de guante blanco, anhela emprender una vida honrada, en compañía de su mujer y su hijo. Pero se encuentra la desagradable sorpresa de que están con otro hombre: ella ha buscado seguridad, se ha cansado de esperar. También sale a la calle Ángel, joven con mucha labia, que busca a Nicolás para proponerle un golpe; y conoce a una talentosa danzarina, Victoria, que no articula palabra desde que sus padres fueron víctimas de la dictadura.
Este film de Fernando Trueba ha sido tachado de cursi y poco creíble, acusaciones exageradas para una película razonablemente comercial. No es perfecta, el director da algunas puntadas sin hilo, por ejemplo en la prueba como bailarina de Victoria, que es de sainete. Pero hay un esfuerzo de control y contención de las emociones; e incluso una relativa elegancia en los pasajes escabrosos. Y las críticas a Pinochet se realizan con inteligencia. Trueba ha salido más airoso que con la fallida El embrujo de Shanghai, que adaptaba a Marsé. Darín está perfecto como el hombre cansado, que ve cómo se hacen añicos sus sueños, pero que puede recobrar la ilusión como mentor del enamorado Ángel. Y son un descubrimiento los jóvenes Miranda Bodenhöfer y, sobre todo, Abel Ayala.