Tras numerosas películas de cine y series televisivas de diversa calidad, el londinense Christopher Nolan ofreció en Batman Begins (2005) y El Caballero Oscuro (2008) la mejor imagen fílmica del Hombre Murciélago, creado en 1939 para DC Comics por el guionista Bill Finger y el dibujante Bob Kane. En principio, ahora cierra su trilogía sobre Batman con El Caballero Oscuro: La leyenda renace, en la que mezcla personajes y situaciones de los cómics originales El regreso del Señor de la Noche, La caída del Murciélago y Tierra de nadie.
El magnate Bruce Wayne (Christian Bale) lleva ocho años retirado en su mansión, traumatizado por haber permitido que el superhéroe Batman –su identidad oculta– se convirtiera en un fugitivo de la justicia. Su mentira al asumir la muerte del idealizado fiscal D.A. Harvey Dent (Aaron Eckhart) –que, en realidad, se había convertido en un monstruo–, ha servido para aplacar la actividad criminal en la ciudad de Gotham. Pero todo cambia con la llegada de Bane (Tom Hardy), un violento mercenario, con medio rostro oculto por una aparatosa prótesis analgésica.
Sus apocalípticos planes obligan a Bruce Wayne/Batman a salir de su retiro y a recurrir de nuevo a los sofisticados inventos de su ingeniero de armamento Lucius Fox (Morgan Freeman). El Hombre Murciélago volverá a contar con la ayuda del honesto capitán de policía James Gordon (Gary Oldman), secundado esta vez por el joven agente John Blake (Joseph Gordon-Levitt), que admira a Batman desde niño. Mientras tanto, en su personalidad de Bruce Wayne intenta arreglar la delicada situación de sus empresas, en colaboración con la altruista Miranda Tate (Marion Cotillard). Una astuta y guapa ladrona, Selina Kyle (Anne Hathaway), se cruza también en el camino del sufrido superhéroe, bastante desmejorado tras su prolongada inactividad.
En esta tercera entrega de la saga, Nolan repite los elementos que convirtieron a sus antecesoras en rotundos éxitos de crítica y público: un guion coral, que subraya certeramente las luces y sombras de Batman como héroe de carne y hueso, vulnerable, con conflictos dramáticos peliagudos; una impactante ambientación entre hiperrealista y gótica, con ecos de Metrópolis, de Fritz Lang, y del mejor cine negro clásico y moderno; unas apabullantes secuencias de acción, de vibrante desarrollo; y unas intensas interpretaciones a cargo de un reparto de campanillas. Todo ello, envuelto en una fotografía (Wally Pfister) y una música (Hans Zimmer) de gran potencia emocional.
Sin embargo, esta vez el prestigioso cineasta londinense se muestra menos sólido. Por una parte, el guión y el montaje son más confusos y menos fluidos, y arreglan algunas situaciones con elipsis bastante forzadas. Por otra, los conflictos morales de los personajes tienen menos entidad y, por tanto, no enriquecen demasiado la sucesión de secuencias de acción. Además, a ratos, la banda sonora cobra excesivo protagonismo. Y, desde luego, los 165 minutos de metraje resultan excesivos. Es decir, que Nolan se ha dejado llevar un poco, como le sucedió en Origen. En todo caso, firma una película notable, que consolida un estilo muy personal de afrontar el cine de superhéroes, sin duda influyente en la evolución del género en la última década.