Director: Zhang Yimou. Guión: Bao Shi. Intérpretes: Zhang Ziyi, Sun Honglei, Zheng Hao, Zhao Yuelin. 100 min. Jóvenes.
Desde que en 1988 triunfara con Sorgo rojo, el chino Zhang Yimou -líder de la renovadora Quinta Generación de la Escuela de Pekín- ha dirigido obras maestras como Semilla de crisantemo, La linterna roja o ¡Vivir!, y películas de notable calidad, como Qiu Yu, una mujer china, La joya de Shanghai o Keep Cool. Tras ganar el León de Oro en Venecia 99 con Ni uno menos -aún inédita en muchos países-, obtuvo en el último Festival de Berlín el Oso de Plata (Premio Especial del Jurado) con El camino a casa, un poema visual para el que es difícil encontrar adjetivos adecuados.
La película se inicia con el retorno de un hombre de negocios a su pueblo, en el inhóspito norte de China. Su padre acaba de morir, y su madre quiere enterrarlo según las antiguas tradiciones. Mientras preparan la compleja ceremonia, el hombre recuerda el delicadísimo ritual de seducción a través del cual su madre, una bella e ingenua campesina, ganó para siempre el corazón de su padre, un joven maestro que sufrió persecución política. Su matrimonio fue el primero no concertado del lugar.
Yimou delimita esos dos tiempos recreando la actualidad en blanco y negro, y el pasado, en color y con exuberante riqueza cromática. Subraya así los sutiles matices del noviazgo -plagado de leves pero conmovedores detalles de amor-, y apuntala su crítica implícita a la deshumanización de la sociedad actual frente a la luminosa autenticidad de los valores ancestrales, este último, uno de los temas recurrentes de su filmografía.
En unos y otros pasajes, Yimou despliega una puesta en escena fascinante que, tras su aparente sencillez, oculta una frescura narrativa, una sustancialidad dramática y una capacidad emotiva y lírica asombrosas, fundadas siempre más en la fuerza de las imágenes y de los gestos de los actores que en los escuetos diálogos que recitan. En este sentido, Yimou arranca a la joven Zhang Ziyi una interpretación portentosa en su sencillez, a la altura de las de Gong Li, la anterior musa del director.
En fin, Yimou logra de nuevo cine esencial, del grande, del genuino, del imperecedero, de ese que justifica la expresión Séptimo Arte.
Jerónimo José Martín