El director inglés de 68 años John Madden (Shakespeare in Love, La deuda) ha contado con 13 millones de dólares para rodar esta historia sobre una pieza clave de la política norteamericana, el lobby, que también está presente en la mayor parte de las democracias occidentales. En Washington hay despachos que gestionan profesionalmente los intereses de grupos de presión que pretenden influir en las decisiones legislativas que se adoptan en el Capitolio. Elizabeth Sloane es una mujer de 40 años cuya refinada astucia solo es comparable a su enorme ambición. Sloane vive para el trabajo y solo piensa en ganar. El representante de un lobby que quiere impedir que se endurezcan los requisitos para la compra de armas en Estados Unidos acude al despacho donde trabaja Sloane para que le ayude a lograr una victoria legislativa.
El guion es obra de un novato. Se aprecia que ha investigado mucho sobre un asunto turbio, complejo, donde es muy delgada la línea que separa lo correcto de lo inmoral. También que le falta experiencia: sobra metraje y efectismo, falta equilibrio en la trama. Pero aun con esos defectos, se entiende el interés de Luc Besson por comprar los derechos y encargar a Madden la dirección: la película es poderosa, inquieta en su retrato gélido de la corruptibilidad del sistema democrático y de su incapacidad para protegerse de las plagas (o de su complacencia en asumirlas como parte del paisaje).
El trabajo tóxico de Jessica Chastain es formidable. Le acompañan muchas caras conocidas de series americanas, especialmente de The Newsroom. No es casual, porque de alguna manera El caso Sloane es un ejercicio maquiavélico que ajusta cuentas con el sorkinismo de El Ala Oeste de la Casa Blanca: desaparece la idealización de la política y se muestra el veneno de la manipulación y sus efectos devastadores. La mafia con traje, tacones y retórica apabullante. El lado oscuro de Tocqueville.