Director y guionista: David Mamet. Intérpretes: Nigel Hawthorne, Jeremy Northam, Rebecca Pidgeon, Gemma Jones, Guy Edwards, Matthew Pigdeon, Colin Stinton. 114 min. Jóvenes.
El prestigioso dramaturgo norteamericano David Mamet dejó entrever su talento como guionista y director de cine en La casa del juego, Las cosas cambian o La trama. Ahora roza la perfección en esta magistral adaptación de la novela The Winslow Boy, del inglés Terence Rattigan (1911-1977), que ya llevó al cine Anthony Asquith en 1948 con el título Pleito de honor.
En esa novela -basada en un hecho real-, el autor de La versión Browning planteó una profunda disección de la sociedad británica de principios de siglo. Su hilo conductor es la lucha de una familia acaudalada y liberal por limpiar el honor del hijo menor, injustamente expulsado de una academia militar por un delito que no cometió. Su batalla saca a la luz pública la indefensión de los ciudadanos frente a la Corona y el ejército, pero al precio de poner a prueba la unidad familiar. Quien más sufre es la hija mayor -comprometida con el movimiento sufragista-, cuyo noviazgo con un militar se ve afectado por el litigio y por su romance con un prestigioso abogado conservador.
La película ofrece una esmerada factura visual y musical. Pero son su guión -de estructura perfecta y plagado de réplicas antológicas- y una dirección de actores impecable los que permiten a Mamet extraer todos los ricos matices de esta reflexión sobre la capacidad de impulso social que tiene la familia cuando sus relaciones están marcadas por la libertad, la responsabilidad, el respeto mutuo y un sentido trascendente de la vida. Este enfoque, por cierto, se habría redondeado aún más si Rattigan y Mamet no hubieran ocultado que la auténtica familia Winslow padeció prejuicios religiosos por ser católica.
En todo caso, esta vez los méritos de Mamet hay que extenderlos a la puesta en escena, en la que demuestra por fin un dominio casi absoluto de todos los recursos del lenguaje cinematográfico. Esto, unido a lo anterior, le permite enriquecer el núcleo dramático con sutiles contrapuntos de humor, de intriga, de emoción… Le permite, en definitiva, hacer auténtico buen cine.
Jerónimo José Martín