Lo que empieza siendo un castigo se convierte en pesadilla cuando el hijo único de un matrimonio se pierde en pleno bosque. La angustiosa búsqueda hará que salga a la luz la profunda crisis de la pareja.
El cineasta chileno Matías Bizé –que hace un par de semanas ganó la Biznaga de Plata a la mejor dirección del Festival de Málaga por este título– ha centrado su filmografía en el estudio de las relaciones de pareja. El castigo –su mejor película hasta la fecha– es una negra radiografía de la descomposición de una relación herida de muerte desde muchos años antes. La causa real de la herida, que no conocemos hasta un potente clímax, se va adivinando durante la tensa búsqueda y la, aún más tensa, discusión de la pareja.
Se entiende el premio a la mejor dirección porque Bizé ha planteado una película de autor hasta en los mínimos detalles. Rodada en plano secuencia, con una absoluta unidad de espacio y de tiempo, un solo secundario y una pareja protagonista que lleva sobre sus hombros toda la historia. El trabajo de Bizé –de planificación, creación de atmósfera y dirección de actores– es ejemplar. Otra cosa es que el guion de Coral Cruz convenza más o menos. Y a una parte de los espectadores –entre los que me cuento– les convencerá poco por la oscura perspectiva antropológica y la absoluta falta de empatía que produce una mujer que, acostumbrada a girar en la órbita del yo, es incapaz de salir de ella incluso en los momentos más dramáticos.
El castigo es un magnífico ejercicio de estilo, una muestra de pericia cinematográfica y una lección interpretativa, pero su falta de esperanza y su opresiva visión de la pareja y la maternidad hacen difícil el visionado.
Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta