El chico del chaâba

TÍTULO ORIGINAL Le gone du chaâba

DIRECCIÓN

GÉNEROS

Director y guionista: Christophe Ruggia. Intérpretes: Bouzid Negnoug, Nabil Ghalem, Galamelah Laggra, Kenza Bouanika, Mohamed Fellag, Amina Medjoubi. 96 min. Jóvenes-adultos.

Estrenada con retraso, es sin embargo una magnífica primera película. A través del niño protagonista, se presenta la situación de unas familias de inmigrantes argelinos, a mediados de los años 60, en un mísero hacinamiento de chabolas en las afueras de una gran ciudad francesa, quizá Lyon o París.

Basado el guión -del propio director- en una novela autobiográfica de Azouz Begag, tiene la solidez que da un relato bien construido; los acontecimientos cotidianos, las anécdotas, las situaciones familiares, escolares y de amistad tienen el calor y el detalle de lo vivido. El sencillo argumento se centra en el chico protagonista, Omar, interpretado de manera prodigiosa por el niño Bouzid Negnoug: su afán por leer y estudiar, inculcado por el padre, le permitirá no caer vencido por el aplastante entorno, y le abrirá su horizonte humano, la esperanza cierta de una vida digna para él y los suyos cuando salgan del chaâba, esa cárcel de miseria y corrupción. La fe, la confianza en Dios, están hondamente presentes con la naturalidad y la constancia del paso de los días.

Omar es presentado como uno más entre los chicos; sin embargo, su educación familiar y su aprovechamiento escolar le hacen diferente, superior a los compañeros que comienzan a envejecer moralmente, que abandonan la escuela por pereza y por falta de estímulo familiar. La sencilla narración fílmica, precisa en la ambientación realista, sencilla también y honda en la psicología de los chicos -resentimiento e inútil violencia contra lo francés- y en la de los mayores -amargura y frustración, sentimiento de inferioridad-, convierte El chico del chaâba en un testimonio real, en un documento auténtico de un pedazo de historia.

La ausencia de discurso político, el alejamiento del panfleto de reivindicación social, permite que los hechos y las cosas y personas adquieran toda la fuerza de su realidad, dura realidad, que me atrevería a llamar poética, por más verdadera. La no razonada visión del niño Omar, sino la intuición de sus ojos limpios, de su inteligencia blanca, y por eso más aguda, reúnen también en este inclemente paisaje humano amor y ternura, alegría, esperanza, optimismo.

Pedro Antonio Urbina

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