Se acaba de estrenar la segunda temporada de esta serie que ha recibido todo tipo de premios en los últimos meses. Denominada en algunas sectores de la crítica como una ficción moderna, feminista y transgresora, esta distopía parte de una premisa muy actual: la natalidad mundial se viene abajo. En un futuro distópico, el presidente de los Estados Unidos ha sido asesinado. Se proclama una dictadura teocrática en donde las pocas mujeres fecundas son esclavizadas para mantener el sistema. La revolución es tan necesaria como imposible en un régimen que lo controla todo.
El cuento de la criada tiene un reparto en el que resalta Elizabeth Moss (inmortal como Peggy Olson en Mad Men), que también es productora ejecutiva de la serie. Con su sacrificado personaje ha logrado su segundo Globo de Oro (el primero lo obtuvo con la serie Top of the Lake). Hay que reconocer que su interpretación encubre defectos imponentes en la evolución de una mujer rebelde a un sistema inhumano. Joseph Phiennes es el líder de esa secta lunática y hace lo que puede por no resultar ridículo. A primera vista llama la atención el uso habitual de colores primarios en una fotografía preciosista que contrasta con la tétrica crueldad de la historia.
El creador de esta serie es Bruce Miller, que no se caracteriza por ser uno de los grandes innovadores que hay en la televisión actual (Alphas, Los 100, Eureka). La historia está basada en una novela de Margaret Atwood. Esta profesora, escritora y activista política canadiense empezó a escribirla cuando vivía en Berlín en 1984. En sus visitas al otro lado del Telón de Acero experimentó “la cautela, la sensación de ser objeto de espionaje, los silencios, los cambios de tema, las formas que encontraba la gente para transmitir la opinión de modo indirecto”.
En su traslación a la pantalla, el relato pierde intriga al abusar de saltos en el tiempo que adelantan sucesos fundamentales y sorprendentes. También los diálogos y descripciones se empobrecen, convirtiendo la épica de la protagonista en algo evidente y anónimo.
No hay grises ni contrastes, pero todo se entiende perfectamente a base de simplezas y el viento a favor de lo políticamente correcto
Sin matices
Desde el primer momento queda claro que la serie no pretende hacer un relato matizado. El cristianismo radical que presenta es primitivo, machista y dictatorial. El mal no tiene nada de sugerente. Es plano, salvaje y muy poco sorprendente. Las mujeres “procreadoras” son víctimas en un estado de tortura creciente. Su lucha debería ser emocionante, pero sus retratos son tan forzados y extremos, que resulta casi imposible creerse una historia tan exagerada. Al menos, en la novela estos defectos eran parcialmente maquillados por algunos momentos de buena literatura que se pierden en la adaptación a la pequeña pantalla.
Que El cuento de la criada sea la gran serie ganadora de los Globos de Oro el año en que la principal premiada de los Oscar ha sido La forma del agua no es mera coincidencia. Pocas veces ha sido tan evidente el premio al oportunismo y a los mensajes subrayados, prácticamente acribillados de acentos maniqueos. Guillermo del Toro podía perfectamente dirigir una temporada de El cuento de la criada, ya que esta serie tiene todos los componentes de sus fábulas. No hay grises ni contrastes, pero todo se entiende perfectamente a base de simplezas y el viento a favor de lo políticamente correcto. El morbo es el principal motor dramático, que tarda poco en mostrar que no da más de sí.
En la segunda temporada queda claro que la intención de sus creadores no ha cambiado. Desde las primeras escenas vemos cómo el holocausto femenino y la ridiculización del cristianismo son las claves de esta ficción que busca el impacto constante en el espectador. En 2019 llegará la tercera temporada. No esperen grandes cambios en la prefijada dirección de la trama.