Inspirada en una obra de Juan Marsé, el proyecto cinematográfico de El embrujo de Shanghai empezó en las manos de Victor Erice por encargo del productor Andrés Vicente Gómez. Insatisfecho del trabajo del maestro Erice, Vicente Gómez ofreció el proyecto a Fernando Trueba, autor de la película que ahora se estrena. Cuenta la historia de un chaval, Dani, en plena postguerra barcelonesa. Dani es un espectador privilegiado de una generación herida por la guerra, generación huérfana, viuda y con un disolvente horizonte moral.
Así como la versión de Erice ofrecía un guión lleno de magia y sutileza, Trueba ha optado por un tono plano y prosaico, mucho más grueso en su tratamiento y con numerosas concesiones a la galería. Todo lo que entre líneas Erice había dibujado con su particular filosofía de la historia, aquí se esfuma en aras de una sensualidad gratuita con una falta de fondo notable.
Aunque el trabajo de fotografía, decorados y vestuario es loable, la aportación de los actores es muy pobre, y poco creíble, en especial la de la joven Aida Foch, cuyo papel es casi el fundamental, y que sin embargo hace gala de una dicción que arruina su personaje. Estamos, en definitiva, ante un film que no aporta casi nada, y deja en película prescindible lo que pudo ser una obra maestra.
Juan Orellana