Todos los días, Vincent sale de casa trajeado, con su maletín de ejecutivo y el móvil a cuestas. A ganarse el pan. A acometer importantes negocios, vitales para su empresa. ¿O no? Porque en realidad hace tiempo que fue despedido del trabajo, pero ante su familia y sus amigos mantiene que todo marcha viento en popa.
Esta segunda película del francés Laurent Cantet ganó el León del año a la mejor película en el Festival de Venecia 2001. Se basa en una historia auténtica acaecida en París, aunque filtrada acertadamente de sus tintes más esperpénticos. De este modo, Cantet ofrece un magnífico tratado sobre el trabajo como la actividad humana por excelencia, cuyo ejercicio dignifica y cuya ausencia -voluntaria o no- perjudica hasta extremos insospechados.
El director ya trató el mismo tema, con otra perspectiva pero idéntica agudeza, en la excelente Recursos humanos, Premio de Nuevos Realizadores en San Sebastián 2000. Aquí explora nuevas sendas de cine social, y atrapa al espectador en la espiral de mentiras que urde el protagonista. En este sentido, desplegados los fuegos de artificio con que Vincent cubre una vida que, sin querer, está llena de nada, lo más difícil sin duda era rematar. Cantet lo logra con un final sencillo, nada estridente.
