Víctor Erice (Vizcaya, 1940) es reconocido mundialmente por una obra muy escasa. En 1973 estrenó este su primer largometraje que, con el paso del tiempo, se ha convertido en referencia obligada en la historia del cine español. Se reestrena ahora, después del homenaje que se tributó a Erice en el último Festival de San Sebastián.
Erice y Fernández-Santos -desde hace años, crítico de cine del diario El País- cuentan una historia ambientada en un pueblo de la meseta castellana, recién terminada la guerra civil española. La vida transcurre morosa en un entorno inhóspito en el que sólo el cine aporta algún elemento ilusionante. Un hombre ajeno a todo, consagrado al mundo de las abejas, y su melancólica esposa, refugiada en la evocación de un viejo amor perdido, conviven como extraños. En este ambiente enrarecido, las dos hijas pequeñas sobreviven su infancia, poblada de quimeras y pesadillas cinematográficas.
La opera prima de Erice desprende una mirada poética de gran sensibilidad, muy adecuada para el tono intimista de una historia muy pensada, con una trama muy leve. La exquisitez formal de Erice, su morosidad y un empeño por dar importancia a lo aparentemente secundario convierten su cine en una experiencia ardua, pero también reconfortante, especialmente en el formato original (el tratamiento de la luz es prodigioso). Al igual que en sus películas posteriores, el espectador puede acusar la descompensación -quizás buscada- entre el exquisito alarde formal y el desmayo minimalista de la intensidad dramática.
Alberto Fijo
