Segunda película del director y guionista Billy Ray, que causó buena impresión en El precio de la verdad, sobre un periodista que se inventaba los reportajes. Esta vez Ray ha elegido otra historia de mentiroso, también basada en un caso real, el del agente del FBI Robert Hanssen, que en 2001 fue juzgado y condenado a cadena perpetua por vender secretos a la Unión Soviética y luego a Rusia durante más de veinte años. El tipo engañó a todo el mundo, incluida a su familia, absolutamente ajena a sus tejemanejes de doble espía.
El eficaz Chris Cooper da rienda suelta a todos sus tics para interpretar a un personaje que seguramente no era un showman pero que tampoco debió de ser tan rarito, por aquello de que los agentes dobles no levantan sospechas, y menos éste que estuvo veinte años dedicado al mercadeo de información clasificada. Ray pone el acento en la condición de católico devoto de Hanssen y caricaturiza su ambiente familiar, añadiendo alguna cuestión patológica en relación con el sexo que parece inventada. Quizás la película subiría de nivel si hubiera un acercamiento más sólido a los dos protagonistas, especialmente para permitir que nos asomemos al interior del traidor, a sus motivaciones. Por lo demás, Ray rueda bien y ha contado con un gran reparto, administra bien la tensión y logra un buen clímax. El tono frío y distante que domina toda la película la hace tediosa.