Es indudable la habilidad del cine francés para contar historias dramáticas con personajes con dificultades afectivas y cuantiosos problemas de autoestima. Muchas veces la localización espacio-temporal de la historia y las profesiones de los personajes añaden interés. Baste recordar algunos títulos como Un corazón en invierno, La viuda de St Pierre o Bon Voyage.
Lioret (París, 1955) dirige con empaque y clase una película que podría parecer una adaptación de un libro pero que cuenta con un guión original, que de manera muy evidente es feudatario de Los puentes de Madison, la película de Clint Eastwood. Se cuenta una historia ambientada en la Isla de Ouessant, en Bretaña. Allí llega Camille para vender la casa de sus padres. Cuarenta años antes, en 1963, un extraño llegó a la isla para unirse al grupo de fareros del que su padre era el jefe. El hombre estuvo dos meses en la isla y nunca más volvió.
La cinta tiene una atractiva y evocadora puesta en escena, que se beneficia de la belleza de los parajes donde se ha rodado. Los actores son muy buenos, parecen haber nacido para hacer esos papeles, que encarnan con gran convicción. Ciertamente se echa de menos un desarrollo más cuidado de las relaciones entre los personajes y de algunas tramas, que pecan de demasiado simples. Con todo, una película elegante, en la que solo desentona una escena de sexo que no hacía ninguna falta mostrar.
