Director y guionista: Wim Wenders. Intérpretes: Bill Pullman, Andie MacDowell, Gabriel Byrne, Loren Dean, Traci Lind, Daniel Benzali, Samuel Fuller, Frederick Forrest. 122 min. Adultos.
En un lujoso chalet de Los Ángeles, un productor de cine, que debe su riqueza a films basados en la violencia, ve amenazada su vida por dos desconocidos. Huye de su casa y de su poco fiable mujer. Los dos perseguidores son asesinados, acto que es recogido en la pantalla de control humano del observatorio de Griffith Park, donde confiscan la libertad individual con la excusa del bien público. Las imágenes que capta el ex empleado de la NASA que dirige el observatorio son tan sospechosamente borrosas que advierte que él mismo es observado…
Desde estos iniciales puntos de acción, que se entrelazan misteriosamente, se desarrolla una movida trama llena de interés; no con la precipitación propia de los films de efectos especiales, sino como era de esperar en Wim Wenders: acción… reposada. Inicialmente, una parábola: lo que era violencia y crímenes en la ficción fílmica, y deparaba un estilo de vida lujoso, se convierte en violencia real, en desgracia y miseria, como si la violencia explotara en la cara de los mismos explotadores de ella.
La intriga se expresa en la presentación de las diversas biografías, aparentemente sin conexión, pero todas enfrentadas a la violencia. Una violencia, la de Win Wenders, que deja ver sus angustiosos efectos, sus motivaciones de egoísmo, desprecio y crueldad; pero que no se expone explícitamente, sino que camina agazapada y oscura.
Sin duda, el personaje clave es el poderoso productor, arrogante, que, una vez víctima de la violencia, sabe transformarse en un modesto jardinero (con la eficaz versatilidad de Bill Pullman), reverso de su mujer (magnífica Andie MacDowell), que, desde la frivolidad egoísta, desciende en el insondable vértigo de la violencia y del mal. Y el siempre enigmático y solitario Gabriel Byrne.
Como siempre también, el film de Wim Wenders tiene en sus brillantes encuadres algo de la seducción de lo pictórico, como grandes murales de color -aquí colores fuertes, crudos- en los que la poesía ilumina todo. Se alternan las amplias perspectivas de Los Ángeles, Santa Mónica, Malibú…, con primeros planos de los actores, inmenso marco, clima de la violencia en que los personajes se pierden o son envueltos e implicados.
El final de la violencia es otro gran film de autor, acorde con el alto nivel creativo que acostumbra Wim Wenders.
Pedro Antonio Urbina