En 1954 Ray Kroc no era nadie, era un viajante de comercio, pero se encontró con un revolucionario e innovador restaurante que regentaban los hermanos McDonald: rápido, eficaz y de calidad, y tuvo una visión. Llegó a un acuerdo con ellos para desarrollar franquicias, y luego fue a más, distanciándose de los hermanos y quedándose con el nombre. La historia que cuenta John Lee Hanckock recuerda la de La red social, en la que el brillante fundador y dueño de la empresa no fue el padre de la criatura, fue un visionario que contó con buenos consejeros, y se portó mal. Verdadera o no, esta historia, basada en hechos reales, está magníficamente contada, magníficamente interpretada, y tiene un mensaje.
Hancock (Al encuentro de Mr. Banks) cuenta diversas historias al mismo tiempo. La primera es la que protagoniza Ray Kroc, en otra brillante interpretación de Michael Keaton: el hombre que persigue su sueño, primero con entusiasmo y tesón, después con una despiadada falta de escrúpulos. Cuenta también la historia de entrega y profesionalidad de los hermanos McDonald (las secuencias de Lynch y Offerman son una delicia; los flashbacks, un poema). Hay una historia de empresa y también unas historias humanas. La calidad de los secundarios explica el interés que estas relaciones tienen para el director.
El guion de Siegel (autor de El luchador y de Big Fan) no admite concesiones ni notas sentimentales. La cinta avanza de una secuencia impecable a otra. La fotografía y el color son un bello homenaje a los años cincuenta, la época dorada de los drive-in.
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