El primer largometraje de Asif Kapadia (Londres, 1973) nos recuerda una vez más que existen otras cinematografías, que en la India se hace mucho y muy buen cine, aunque a nuestras pantallas llegan contadas muestras y, aparte de raros nombres como el de Mira Nair, el gran público ignora casi por completo una industria cuya producción anual supera ampliamente a la de Hollywood.
La historia es atemporal, podría situarse en cualquier lugar y momento. Una aldea pequeña, un señor déspota que mantiene el orden con sus mercenarios. Un día, durante una incursión de castigo contra unos pobres aldeanos, el jefe de sus soldados y guerrero protagonista tiene una visión; siente nacer en su alma la conciencia y la piedad y se da cuenta de que no puede continuar con su profesión. Abandona la tropa y huye. Esa huida no será fácil porque su amo exige su vida por su traición, y porque él mismo no sabe qué debe hacer. En el camino hacia su redención se encontrará con una mujer ciega y con un joven e insensato ladrón.
La película de Asif Kapadia es una historia dura y dolorosa, convertida en un poema épico y visual. El director reconoce la admiración e influencia de los westerns de Sergio Leone, de autores orientales como el japonés Mizoguchi o el chino Zang Yimou. Dicha influencia es evidente en cada plano del filme: el amor por las tomas largas al aire libre, la pequeñez del hombre frente a la naturaleza -definida como algo hermoso pero duro-, la intensidad de los sentimientos y una delicadeza, un comedimiento extremo en el modo de reflejarlos.