Se cierra con esta trepidante película bélica la adaptación en tres entregas que ha hecho Peter Jackson del cuento publicado por Tolkien en 1937. Es de justicia felicitar a Jackson por su trabajo en dos sagas que suman más de 17 horas de metraje. Mucho ha llovido desde diciembre de 2001, fecha del estreno de El Señor de los Anillos: La Comunidad del Anillo.
Durante más de una década, Tolkien y su obra han estado en el candelero y eso me parece lógico, porque es un escritor portentoso. Jackson, por su parte, con aciertos y errores, ha hecho algo único en la historia del cine (obviamente, no es comparable desde el punto de vista narrativo y de estrategias de producción con Harry Potter).
La trilogía de El Hobbit dura en total casi 8 horas. Creo que gracias a la crítica –que le ha dado bastante duro–, Jackson ha ido reduciendo el metraje en cada nueva entrega.
Ya se comentó en las dos primeras partes de El Hobbit: a más metraje, más batallas, más tono épico, más semejanzas con El Señor de los Anillos, menos similitudes con el tono desenfadado, distendido y divertido del cuento original. Jackson se defendió diciendo que la inversión en la película ha sido tan tremenda que no le quedaba otro remedio que hacer una trilogía para recuperar el dinero. Por tanto, había que llenar metraje con mucha acción. Lo entiendo pero no lo comparto.
Así las cosas, esta última película es trepidante y tiene unas secuencias de acción formidables. Exceptuando algunos de esos espantosos planos de aproximación con helicóptero y música hortera a los que solo falta una pegatina de Visite Nueva Zelanda, la cinta está bien rodada y tiene un diseño de producción envidiable, con unas localizaciones y unos decorados preciosos. Y un actor portentoso, Martin Freeman, que compone un Bilbo sencillamente perfecto. Es una lástima que no tenga más protagonismo, porque, cuando los guionistas le dejan, da a la historia el tono delicioso que Tolkien pretendió.
Las vistas de Erebor (la fortaleza palaciega excavada en piedra por los Enanos) son inolvidables, y los combates singulares, también. Hay una docena de secuencias muy meritorias, memorables… pero la película ganaría siendo más breve, recortando batalla, sangre y fuego, para que luzcan mejor los viajes de los personajes: Thorin zarandeado por la fiebre amarilla, el altanero Thranduil devorado por el orgullo, Gandalf apagando fuegos, la amistad conmovedora de Bilbo con los enanos, el descubrimiento del amor por la elfa Tauriel, el drama de Légolas, la valentía de Bardo…
La vuelta a casa es bonita de verdad, aunque te pille ya cansado de tanta batalla. Para mí, es lo mejor de la película. Y ciertamente, el engarce con El Señor de los Anillos es excelente: dan unas ganas tremendas de releer las novelas.
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